+ Participa en el evento el Instituto Binacional de Arte y Cultura de Los Ángeles a través de Helena Henry, una de sus socias fundadoras
Por Juan Rodríguez Flores
Me encontré por primera vez con Carlos Haro Jr. hace más de 25 años. Y desde entonces, hasta la época actual, siempre he tenido con él una relación de amistad y afecto que nunca ha dejado de crecer. Eran mis tiempos de periodista en el diario La Opinión de Los Ángeles. Quien hizo posible que lo conociera fue mi compañero José Alberto Méndez, a quien todos en la redacción llamaban simple y cariñosamente Beto.
Desde la primera vez que estuvimos platicando en un restaurante mexicano que estaba por la calle Quinta, casi esquina con Broadway, en el centro de Los Ángeles, me di cuenta de que era una persona muy inquieta, de trato agradable y un sentido del humor muy especial. Y su personalidad se ajustaba, perfectamente, al perfil de alguien al que socialmente se describe como una persona simpática.
Me llamo la atención, también, lo diferente que era de aquellos que suelen describirse a sí mismos, con marcada y evidente autosuficiencia, como empresarios del ramo restaurantero o de cualquier otro tipo de negocios.
Por esa razón, en nuestra charla, no hablamos sobre asuntos de finanzas, ni de cómo habían amanecido ese día las acciones en la bolsa de Wall Street o de la variación del peso frente al dólar.
Los temas que abordamos frente a un plato de carne asada y otro de chilaquiles con pollo estaban muy cerca de la realidad que nos interesaba: los libros que le gustaban de Elena Poniatowska, que pensábamos de la nueva película de Marlon Brando y cuáles eran los últimos capítulos de la serie televisiva Los Simpson que nos habían parecido más divertidos.
Con el paso del tiempo se fue confirmando la impresión inicial que tuve en esa ocasión sobre Carlos Haro Jr. No solo que era un ser humano de primera, sino una persona amable, creativa generosa, divertida y bastante irreverente.
Por ese motivo no me sorprendí cuando me dijo, así como si nada, que estaba escribiendo su primer libro. Y que lo mejor de todo era que ya casi lo iba a terminar.
Durante varios meses tuve la oportunidad de seguir, de cerca, el proceso imaginativo en el que se fueron gestando las ideas que dejo plasmadas en las páginas de Cocula (1988).
Ya con el libro finalizado se dio a la tarea de publicarlo de forma independiente. Y con una sola y admirable finalidad: repartirlo gratuitamente entre los clientes de su restaurante CASABLANCA.
Años después volvió a repetir la misma operación literaria: escribió, público y distribuyó el mismo los libros Tequila (2000) y Veracruz (2004)
Estas tres iniciativas, por si solas, retratan de pies a cabeza, como decía mi abuela, la manera en que percibe y entiende la vida Carlos Haro Jr.: como un proceso de cambio y constante evolución en el que la libertad, los desafíos, la empatía social y el apoyo a las causas nobles ocupan un lugar preponderante.
Por tales razones, no acostumbra a pedir permiso o apoyo a nadie para hacer lo que quiere y cuando quiere. No es extraño, entonces, saber que además de escribir sus libros, en otras etapas de la vida ha incursionado con éxito en el basketball, la televisión humorística y la promoción dentro y fuera de Estados Unidos de la gastronomía mexicana.
Todo lo anterior convierte a Carlos Haro Jr. en un fiel representante de ese ''otro México'' que en materia social, política y cultural todavía siguen tardando en reconocer y valorar en nuestro país de origen.