Por Oscar Müller C.
Entró en las oficinas con timidez, seguramente por miedo a que se le llamase la atención, y se acercó a la recepcionista diciendo una sola palabra: “Kórima”, que en la lengua rarámuri significa “compartir” y que los que desconocemos esa hermosa cultura confundimos con “limosna”. Era un niño de aproximadamente 10 años, en cuyo rostro se reflejaba la nobleza que caracteriza a los de su etnia, y le invité a pasar a mi privado donde platiqué con el y le di una moneda, su nombre era Ramiro y volvió con frecuencia a la oficina e hizo buenas migas con José Luís, hombre joven que usaba un largo bigote y perilla que cubrían buena parte de la cara. Cierto día entró Ramiro y fue directo al privado de José Luís y, al no encontrarlo, se dirigió a la recepcionista y le preguntó: ¿y Chaguami? Y al mismo tiempo se tocaba la cara con gestos que hacían referencia al bigote y la barbilla. Excuso decir que la broma hacia José Luis implicó un nuevo apodo.
Los gestos de Ramiro implicaban al bigote y la barba de José Luís y los rarámuris, se refieren a quienes no pertenecemos a su etnia como Chabochi, que tiene el significado de pelo en el rostro.
El vello facial es una característica propia de los europeos y cuando estos llegaron a América, se sorprendieron de que los habitantes de estas tierras fueran lampiños.
En las crónicas de los primeros exploradores encontramos continuas referencias a esta circunstancia: Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien formaba parte de la tripulación de la flota de Ponce de León para explorar el territorio de la península de Florida y naufragó recorriendo desde los territorios del actual Luisiana, hasta Sinaloa, trayecto durante el cual convivió con un gran número de tribus, dándonos la siguiente descripción de los individuos que conoció: “van completamente tonsos y sin barba”. El cronista de la conquista de Tenochtitlan: Bernal Díaz del Castillo, en la parte donde describe la apariencia de los habitantes de esa ciudad, se refiere también a la carencia de vello en el cuerpo de la siguiente manera: “... lampiños y las “doncellas van de todo punto desnudas…” Gonzalo Fernández de Oviedo, quien fuera cronista oficial de Las Indias, describe a los aborígenes de la actual isla de Santo domingo refiriendo que “Tienen unas frentes anchas, el pelo negro y muy liso, y sin barba o cualquier pelo en el cuerpo, sin importar su género.”
La presencia del vello facial en los habitantes del continente europeo, tuvo distinto tratamiento en la historia, así para los antiguos griegos, la barba era símbolo de virilidad y sabiduría y solían cuidarla con aceites e inclusive rizarla con tenacillas calientes. Para el siglo III A.D. Alejandro Magno impuso la moda de depilarse el vello facial; en la Roma Republicana, el llevar el rostro afeitado era seña de civilidad y ciudadanía, tal costumbre cambió ya en el siglo II de nuestra era, en atención al emperador Adriano quien usaba crecido el vello facial. Una anécdota interesante sobre esta costumbre trata de la barba hirsuta que los jóvenes de algunas tribus germánicas usaban pues la costumbre les imponía no arreglarse ni tener contacto con mujer, sino hasta que mataran a su primer enemigo y las cohortes romanas en las fronteras del Rin probaron el arrojo y la furia de esos adolescentes que les atacaban con especial furia en los combates que continuamente se daban en esos territorios.
En la Edad Media, la barba volvió por sus fueros y era considerada un símbolo de estatus y dignidad, los caballeros la cuidaban con esmero pues simbolizaba esas cualidades y el hecho de tocar la barba de alguno de ellos podría interpretarse como una ofensa grave. Los miembros de la iglesia, por el contrario, solían afeitarse el vello facial para diferenciarse de los otros sectores de la sociedad. y es este uso de barba y bigote con el que los europeos llegaron a América y de ahí el asombro que causó en ellos el que los habitantes de estas tierras fuesen lampiños.
He ahí por qué Ramiro preguntaba por Chaguami. ¡Espero que ese niño, que ahora debe ser un hombre hecho y derecho, se encuentre bien¡
Me llama la atención que el Presidente de la Suprema Corte de Justicia Hugo Aguilar Ortiz, ostenta singular bigote, mientras arguye ser aborigen de cepa y, me pregunto si se avergonzará de su origen mestizo, del que gozamos todos los mexicanos: la Raza de Bronce de Vasconcelos, aunque posiblemente citar a este sabio mexicano no sea muy popular entre la clase dominante del paisaje político actual de nuestra patria.